Última parte ( Ahora si...)
...cuestiones de tal índole, yo me la pasaba asintendo y haciendo comentarios al calce por no dejar.
De tal suerte, la delgadez se me hizo extrema, el ánimo (ya de por si) sombrío, el ímpetu se trocó nulo, y cosas tales; cualquiera que haya sufrido una decepción en mayor o menor grado habrá sentido lo mismo.
Arrepentidísimo como estaba de haberme largado así, no quería doblar yo las manos primero (uno es así de bestia, que se le va a hacer) y mejor me quedaba como antes a esperarla y ver que dejara la puerta entreabierta, señal de que había notado la semejante cagada que había hecho: Botarme a mi, que la quería como nadie la querría jamás, habrase visto tanta estupidez.
El tiempo pasó (no mucho) y mi desesperanza de manera exponencial al ver que casi nunca llegaba a la hora de antes y cuando llegaba, cerraba con seguro y sin lanzarme una mirada. Que poca!
Pero un buen día cambió. Me volteo a ver y sonrió tímidamente (yo creí que apenda de su pendejez) y dejó la puerta entreabierta. ¡A huevo! pensé, si ahorita vas a ver la regañada que le voy a dar, claro después de que le propine la revolcada de su vida, que ya las ganas acumuladas me queman las manos, ahorita verás, jija... desvariando de modo tan lamentable, medio me aseguré de que nadie me viera (el joto de Siddarta no quería irse de la cuadra, así que tuve que aventar sus juguetes por sobre la casa de enfrente para que se largara) y me colé frotándome las manos nomás para encontrármela sentada en la sala. La sonrisa de regusto se me borró de inmediato (creo) y casi me caigo en el umbral de la puerta, todo lo que había yo pensado se me borró de la mente y lo mejor que pude hacer fue abrazarla con la mayor incomodidad, pues ella casi ni se movió de la silla.
-Tengo que hablar contigo antes de irme. Casi se me salen los gritos con el llanto que me cegó.
-¿Qué? de nuevo ese desamparo en los huesos...
-Mañana nos vamos a Saltillo. Yo me invento que a Saltillo porque me quedé sordo desde "nos va..."
-No mames, por qué?
-Ernesto tiene una oferta y yo me voy a ir con él
-Quédate conmigo. Para éstas alturas, yo había perdido cualquier vestigio de falsa (y no falsa) dignidad, estaba dispuesto a besarle los pies (que eran lindos) hasta que accediera.
-Perdóname por causarte tanto dolor, pero lo que te dije el otro día es cierto.
-No me dejes! gemí, ya de plano a moco suelto.
-Escúchame. Ahora si, obedecía todo, con la esperanza de que cambiara de opinión de verme tan buenito.
-¿Que?
-Tu eres la persona que más quiero en la vida.
-Si tanto me quieres, quédate conmigo.
-Yo no puedo hacerte eso, de verdad que lo comprenderás más delante.
Ya no dije nada, sino que la asalté a besos para ver si la podía convencer. Ella accedió y recibí los besos más dulces que jamás me dió, en medio de mis lágrimas me llevó por donde quiso, siempre con la mayor ternura y me volvió a dejar solo y perdido en el abismo de sus ojos.
-Al menos déjame una foto tuya, rogé.
-Si te la dejo, nunca me vas a olvidar.
-Siempre te recordaré, pero quiero verte de vez en cuando.
-Adiós.
Al salir, era yo de nuevo un niño... llorando.
Por eso ahora que estaba viéndole el trasero a ésta mujer que ni me acordaba quien era, lo menos que deseaba era hablar/pensar/hacer algo al respecto de la felicidad y cuando terminamos y me preguntó tiernamente la razón (una ternura que me parecía completamente indecente y fuera de lugar, en fin, una insolencia), yo decidí que nadie sabría nunca respecto de aquella pérfida, así que dije:
-"No es lo que parece".
Aprovecho la coyuntura de la parte final para cumplir el punto 2 de la tarea pendiente.
De tal suerte, la delgadez se me hizo extrema, el ánimo (ya de por si) sombrío, el ímpetu se trocó nulo, y cosas tales; cualquiera que haya sufrido una decepción en mayor o menor grado habrá sentido lo mismo.
Arrepentidísimo como estaba de haberme largado así, no quería doblar yo las manos primero (uno es así de bestia, que se le va a hacer) y mejor me quedaba como antes a esperarla y ver que dejara la puerta entreabierta, señal de que había notado la semejante cagada que había hecho: Botarme a mi, que la quería como nadie la querría jamás, habrase visto tanta estupidez.
El tiempo pasó (no mucho) y mi desesperanza de manera exponencial al ver que casi nunca llegaba a la hora de antes y cuando llegaba, cerraba con seguro y sin lanzarme una mirada. Que poca!
Pero un buen día cambió. Me volteo a ver y sonrió tímidamente (yo creí que apenda de su pendejez) y dejó la puerta entreabierta. ¡A huevo! pensé, si ahorita vas a ver la regañada que le voy a dar, claro después de que le propine la revolcada de su vida, que ya las ganas acumuladas me queman las manos, ahorita verás, jija... desvariando de modo tan lamentable, medio me aseguré de que nadie me viera (el joto de Siddarta no quería irse de la cuadra, así que tuve que aventar sus juguetes por sobre la casa de enfrente para que se largara) y me colé frotándome las manos nomás para encontrármela sentada en la sala. La sonrisa de regusto se me borró de inmediato (creo) y casi me caigo en el umbral de la puerta, todo lo que había yo pensado se me borró de la mente y lo mejor que pude hacer fue abrazarla con la mayor incomodidad, pues ella casi ni se movió de la silla.
-Tengo que hablar contigo antes de irme. Casi se me salen los gritos con el llanto que me cegó.
-¿Qué? de nuevo ese desamparo en los huesos...
-Mañana nos vamos a Saltillo. Yo me invento que a Saltillo porque me quedé sordo desde "nos va..."
-No mames, por qué?
-Ernesto tiene una oferta y yo me voy a ir con él
-Quédate conmigo. Para éstas alturas, yo había perdido cualquier vestigio de falsa (y no falsa) dignidad, estaba dispuesto a besarle los pies (que eran lindos) hasta que accediera.
-Perdóname por causarte tanto dolor, pero lo que te dije el otro día es cierto.
-No me dejes! gemí, ya de plano a moco suelto.
-Escúchame. Ahora si, obedecía todo, con la esperanza de que cambiara de opinión de verme tan buenito.
-¿Que?
-Tu eres la persona que más quiero en la vida.
-Si tanto me quieres, quédate conmigo.
-Yo no puedo hacerte eso, de verdad que lo comprenderás más delante.
Ya no dije nada, sino que la asalté a besos para ver si la podía convencer. Ella accedió y recibí los besos más dulces que jamás me dió, en medio de mis lágrimas me llevó por donde quiso, siempre con la mayor ternura y me volvió a dejar solo y perdido en el abismo de sus ojos.
-Al menos déjame una foto tuya, rogé.
-Si te la dejo, nunca me vas a olvidar.
-Siempre te recordaré, pero quiero verte de vez en cuando.
-Adiós.
Al salir, era yo de nuevo un niño... llorando.
Por eso ahora que estaba viéndole el trasero a ésta mujer que ni me acordaba quien era, lo menos que deseaba era hablar/pensar/hacer algo al respecto de la felicidad y cuando terminamos y me preguntó tiernamente la razón (una ternura que me parecía completamente indecente y fuera de lugar, en fin, una insolencia), yo decidí que nadie sabría nunca respecto de aquella pérfida, así que dije:
-"No es lo que parece".
Aprovecho la coyuntura de la parte final para cumplir el punto 2 de la tarea pendiente.
8 comentarios
Paco -
Los amorosos...
Paula -
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Dejo ésto, que no tiene que ver, pero que me dice mucho. Buenas noches
Paula -
Respecto al niño... creo que ya me has contestado. Amores, cómo dices tú, y Salud
Paco -
Sobre el niño...
Paula -
Y... ese niño ¿no eras tú? Me fascinó su valentía y su forma de sentir. Ays... ha sido precioso.
Paco -
Paco -
Si así ha sido, has hecho que mi esfuerzo (si, me cuesta) sea súper-resompensado y seré feliz el resto de mis días al saber que lo que hice ha causado aunque sea un brillo en tus ojos. Salud y amores
Paula -
PD: por cierto, ¿cómo has hecho que los parrafos se te han desordenado un poco? y no creo que sea defecto de mi navegador.