Fabricio y Analin
Se conocieron en un antro. Fabricio era mudo y pasó la noche sin decir palabra. Ignoro los detalles pero terminaron jurando amarse un atardecer padrísimo, descalzos y rodeados de amigos. ¿Que más se puede pedir? Un hijo. Claro, Fabito es consentido de los abuelos tanto como de los padres, adorado por todos. Está enorme y empezando a hablar, hace buen rato que camina y eso marcó el inicio de la carrera maratónica de Ana, que debe alcanzar al mocoso antes de que rompa algo, se caiga, o me saque los ojos con un cuchillo (sin filo). Me espanta el rumor de que los niños en cierta medida son sabios. Fabricio también corre tras él, pero como todo padre, tiene menos paciencia y termina echándole la bolita a Analín, que a regañadientes y todo persigue a Fabito para regresar con una sonrisa de orgullo-satisfacción que no le cabe.
A Fabricio lo conocí cunado era un escuincle caguengue en el Tec, extrovertido como siempre (para escapar de la timidez, como siempre) empezó haciendo migas con todos, pero pronto casi todos le sonreían de frente y le sacaban la lengua por la espalda (por decir lo menos) pues los que no creían que era joto, creían que era un fresa mamón -la verdad, muchas veces si lo era-, cada viernes se pintaba las últimas clases para correr a casa, a los amigos de siempre, al Guanajuato's grill y a la novia. Solo algunos tuvimos la suerte de conocer bien a Fabricio y nos hicimos amigos de él. Salió antes que yo del Tec y empezó la maestría, entró a trabajar a DCI y después me avisó a mi, de manera que terminé yo también trabajando para Rafita. Se fué a Trabajar para HELLER, que lo llevó de paseo a través del mundo y cuando se cansó de ver otros países, otras culturas, otra gente, de hacer cosas nuevas, de conocer lugares de asombro y reconocer su país y su gente, regresó a su tierra. Cuando se dió cuenta, el tiempo había pasado y no le quedó más remedio que madurar (un poco) y seguimos siendo amigos, de esa clase de amigos que tienes, los cuales sabes que serán siempre amigos aunque no los veas, y cuando los veas todo será celebrar y reír y chelear y ser amigos.
A Fabricio lo conocí cunado era un escuincle caguengue en el Tec, extrovertido como siempre (para escapar de la timidez, como siempre) empezó haciendo migas con todos, pero pronto casi todos le sonreían de frente y le sacaban la lengua por la espalda (por decir lo menos) pues los que no creían que era joto, creían que era un fresa mamón -la verdad, muchas veces si lo era-, cada viernes se pintaba las últimas clases para correr a casa, a los amigos de siempre, al Guanajuato's grill y a la novia. Solo algunos tuvimos la suerte de conocer bien a Fabricio y nos hicimos amigos de él. Salió antes que yo del Tec y empezó la maestría, entró a trabajar a DCI y después me avisó a mi, de manera que terminé yo también trabajando para Rafita. Se fué a Trabajar para HELLER, que lo llevó de paseo a través del mundo y cuando se cansó de ver otros países, otras culturas, otra gente, de hacer cosas nuevas, de conocer lugares de asombro y reconocer su país y su gente, regresó a su tierra. Cuando se dió cuenta, el tiempo había pasado y no le quedó más remedio que madurar (un poco) y seguimos siendo amigos, de esa clase de amigos que tienes, los cuales sabes que serán siempre amigos aunque no los veas, y cuando los veas todo será celebrar y reír y chelear y ser amigos.
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