Pequeña historia
Josefina era muy diferente a todas las chavitas de la secun: Diario la veía de tacón alto, piernas torneadas sin celulitis, mirada cargada de calentura, nalgas pequeñas pero durísimas, los pechos diminutos pero firmes y desafiantes, lucidez que me parecía sobrenatural, aunque ahora recapitulo y creo que nomás era muy viva la canija, inteligencia a toda prueba y además muy divertida. No estaba (como la pinche Olivia, novia de Genaro, mi cuate) siempre platicando de chismes y mandados en su casa, ella fué la primer persona fuera de casa con la que pude platicar de libros, cosa que se me hacía cachondísima. Su cabello teñido era lo malo, pues de natural le crecía negro azabache y la pendeja se lo pintaba güero solo porque tenía la piel blanca. Siempre he detestado que las mujeres piensen que de rubias son más bonitas, pero éste siempre no recuerdo si fué desde antes o después de ella. Llegó con su marido a la colonia una tarde de invierno, nubladísima y en ratos lloviznando, saludaron a todos los metiches que nos fuimos a asomar y perdimos el interés en cuanto vimos que no tenían hijos con quien jugar. Eran muy jóvenes y se acababan de casar, yo me quedé tarolas cuando la ví inclinarse para cargar unas cajas y tuve la visión de sus caderas enfundadas en un pans. Mis cuates me tuvieron que dar una codazo para que reaccionara antes de que me viera el otro. Si no mal recuerdo, ella debió tener por ése entonces unos 28 años, lo que a mis 14 era ruquísima, o por lo menos una mujer muy respetable; ésto entraba en conflicto con su imagen, que yo veía de lo mas más fresca y pensando que así deberían ser todas las chavas, para que el mundo fuera mejor. La primera vez que se acercó se me detuvo el aliento sin sentirlo, me cai que yo no he dicho nada de usted señora, se lo juro, pensé decirle en cuanto abriera boca; ha de haber sido el puto de Sidarta pensé, así se llamaba un pinche escuicle, clásico higadito de la cuadra: chillón y rajón con su mami, debe haber dicho todo de las fantasías que recreabamos los cuates con ella y con todas las mujeres más o menos pasables de la colonia. Nada sabía de eso, en cambio, tuvo a bien pedirme de favor que me saltara la barda para abrirle la puerta (era olvidadiza y las llaves las dejaba dentro de la casa o en el trabajo) y claroqueahuevoenchinga me raspé los muslos en un muro de 2 metros acabado con tirol simplemente por verla sonreírme y dar las gracias (yo, que era una as no conocido para trepar casi cualquier cosa). A mi jefa algo le debió parecer mal desde el principio -aunque nunca supo nada de cierto- porque empezó a comentar en público que la pinche vecina era una vieja pendeja, que a cada rato estaba chingando a sus hijos porque dejaba las llaves y su marido regresaba hasta muy tarde. Yo miraba a mi jefa como quien escucha un cuento de niños, sin poder creer que tantas mentiras juntas sean verdad. La vecina era un encanto y a mi no me molestaba ayudarle, porqué se encabronaba? Josefina era muy amable y educada, siempre me daba las gracias y un vaso de agua. A veces de sabor.
No supe en que momento me aficioné a patear el balón ya solo, como a las 3 y media de la tarde, aunque hubiera un sol implacable o estuviera helando. Nada más para estar seguro de que Josefita no tuviera problemas para entrar. Su marido siempre llegaba en la noche y ni modo que se la pasara en chinga a la intemperie hasta que regresara. Hago un paréntesis para reflexionar sobre Ernesto, su marido. Pobre cabrón, siempre en chinga para qué, para que su vieja caliente le pintara la frente. Ojalá que no haya sido Ingeniero de servicio el pobre cabrón. Que bueno que nunca quise saber porque no podría dormir tranquilo ahora.
La cosa es que empezó a cambiarme la voz y mi sudor empezó a oler mal y cada vez estaba más ansioso de verla llegar sana y salva. Una vez traté de espiarla bañándose pero las pinches casas duplex de interés social no ayudan a tales fines. Varias veces lo intenté, colgando de la ventana, desde la casa de Juan, el chavo de enfrente, incluso llegué a intentar saltarme adentro y subir las escaleras hasta el baño, pero me faltó valor.
Empecé a bañarme (mi madre no lo podía creer: yo, puercoanimal por excelencia, bañándome al regresar de la escuela) y ponerme mis mejores ropajes deportivos, que consistía de una playerita sin mangas y un pans ya recortado marca PUMA regalado desde hacía mil años a mi hermano mayor por alguien que ya no lo quería por viejo. Todo esto para estar galán cuando ella llegara cada tarde, ensayaba lo que yo creía que serían las pláticas de adultos o chistes de color para ver si ella estaba en la onda.
Para mi desazón, cada vez eran menos las veces que olvidaba las llaves, creo que una temporada tuve que esperar 3 semanas para poder saltarme y abrir. Por ése entonces me entró un interés en la herbolaria de la abuela. Si se podía ayudar a la memoria, también se podría estorbar, ya pensaría cómo hacer para introducir el caballo de troya. Entonces sucedió lo inesperado: Una tarde me salté y noté que la noche anterior había lavado alguna ropa y mi atención quedó prendida de sus pantaletas, que colgadas, parecían llamarme como un extraño canto de sirenas. Claro que tomé unas normalitas, de algodón y me las llevé a la casa escondidas en los calzones como mi tesoro más preciado. Ella nunca dijo nada, aunque después me enteré de que se percató desde que entró a la casa, pero en ese entonces me miraba con un cierto aire de complicidad sin decir una palabra al respecto. A partir de ahí padeció un lapso de amnesia en el que se le olvidaban las llaves a cada rato. Yo era feliz. Mi felicidad llegó al paroxismo cuando una tarde me salté la barda (ya estaba lisa de tantas veces que me había brincado para ése entonces) y encontré un bultito de ropa sucia y entre todo unas panties. Esa fué la segunda que le volé. Nunca dijo nada.
La fuerza esta con los jedi.
Comenzé a usar shorts durante mis prácticas de futbol -nunca jugué un partido de verdad- para que ella se deleitara contemplando mis esculturales piernas (de alfeñique), e intentaba las más escalofriantes piruetas con el balón al ver su carro entrar al estacionamiento. Cierta tarde olvidó las llaves, pero me pidió el favor seriesísima, con hielo en la voz y en los ojos "Oye paco..." y yo me sentí desterrado del cielo, el frío me partió el corazón y me invadía todo el cuerpo, ví clarito como me precipitaba en un abismo obscuro, donde su risa y su cara no estaban más y de repente aparecía pero deformadas en muecas horribles. Me quedé sordo y ya no escuché nada, ni siquiera las demás palabras que dijo.
-Claro señora, ahí voy.
Me salté la barda sin sentir nada, hasta después me di cuenta de que casi me arranco un bistec de la pierna por bajarme del lado de los tendederos, que su marido ponía de alambre galvanizado. Eso era nada, yo iba preocupadísimo porque su sonrisa se había ido, cuando brinqué hacia el patio trasero me di cuenta de que mi vida se precipitaba a la misma velocidad. Casi me senté a llorar. Derrotado y triste, arrastré los pies y el alma hasta la puerta, vi que las llaves no estaban en la mesita y supe que se le quedaron en la oficina, la sangre me volvió al cuerpo. Quizá había tenido un mal día en el trabajo y nada más, quizá mañana todo seguiría igual. Reanimado me empecé a tomar el vaso de agua de rigor y alegremente me aventuré más allá de toda sospecha
-Cómo le fué hoy?
Ella tardó en reaccionar por la sorpresa, pues nunca habíamos cruzado la menor conversación, pero se repuso rápidamente y me balbuceó un "mas o menos" que no hizo sino darme el pretexto
-Mas menos que más o mas más que menos? que se le va a hacer, fué la única pendejada que se me ocurrió.
-La verdad es que mal, desde temprano, dijo sonriendo levemente. Entonces adiviné un problema con el marido y mi corazón saltó de un gozo sin fronteras: Tal vez querría ser mi novia! Se me debió escapar una sonrisa.
-De qué te ríes? Me preguntó un poco molesta, pero yo me rehice de inmediato y le platiqué el chiste de Robin-hood, que asola un camino desvalijando cuanto rico pasa hacia los carnavales del duque, detiene los carruajes o los caballos y exclama: "Alto ahí, soy Robin-Hood, amigo de los pobres y enemigo de los ricos, dame lo que tengas de valor" se lleva joyas y ropajes y dinero y desaparece. A media mañana ya tiene acumulada una pequeña fortuna, hasta que trata de asaltar a un campesino que le dice "Yo no tengo nada que darte, soy pobre" y entonces Robin (amigo de los pobres) le da el botín del día, el pobre campesino lo recibe asombrado y se aleja saltando y gritando "Soy rico, soy rico" y entonces Robin: "Alto ahí, soy Robin-hood..."
Una dicha inenarrable me levantó del suelo cuando la vi carcajearse con muchas ganas, no se si porque le hacía falta o porque el chiste estaba bueno, o le había dado risa como se lo había actuado, porque yo era un mozalbete perfectamente ridículo. La cosa es que acepté otro vaso aunque la panza se me inflaba tanto que casi ni me pude sentar. Me ofreció un taco -no te importa que sea de lo de ayer? -Claro que no, "veneno que me dieras me tragaba" pensé, me supo al más fino suadero de la ciudad y empezó a desahogarse de sus broncas conmigo aunque yo no entendía nada, asentía y sonreía o le daba la razón con la boca llena de comida "pues claro", "y usted no podía hacer otra cosa", "cualquiera en su lugar haría lo mismo". Me quedé mirándola embelesado en sus labios exquisitos, su nariz perfecta, sus ojos de laguna, hasta que de plano no escuchaba nada, estaba absorto mirándola sonreirme (o eso creía) y hablarme con un tono de complicidad que me encantaba. La gloria.
Repentinamente su cara ensombreció y yo regresé a la tierra "Rápido, un buen chiste!" pensé, pero antes de que pudiera decir algo, en sus ojos de laguna empezó a llover a cántaros y sus hombros se estremecieron mientras cubría su rostro; hasta hoy, pocas veces he sentido esa ternura y tanta compasión. Casi me pongo a llorar con ella, neta que la voz se me quebraba mientras le tomé le mano (aunque ahora pienso que se me quebraba a todas horas y además estaba bien nervioso) y le decía que no se preocupara, todo estaría bien muy pronto. Yo lo deseaba genuinamente, pues así podría sonreírme de nuevo y podría saltarme la barda y si tenía suerte, alguna mañana la podría ver recién salida de bañarse. Pero ella no dejaba de llorar y acercó su silla para recargarse en mi a llorar. Yo era el amo del universo.
Con su cabeza en mi hombro podría desafiar las iras de mis padres cuando les dijera que era novio de Josefina; como cuando de pequeño le pedí a mi jefa la licuadora porque me iba a casar con Maika, una mulata que vivía en la misma vecindad allá en la 5 de Mayo, que al verme siempre corría a cargarme y abrazarme y decir que éramos novios, siempre fuí fácil. Yo le acariciaba los cachetes lo más tiernamente que podía y le respiraba el aliento como zombie, envuelto en un embrujo de indios o terrible maldición de gitanos, mareado y como en un pasón de mota: con los sentidos bien alerta, pero a la vez como en un sueño; ahora, 17 años después, aún recuerdo su piel como de terciopelo, su aroma (Grey-Flanel, creo) y su pecho vibrando por los sollozos. No se de donde saqué valor (de la pistola, seguramente) y le besé primero una mano, luego las dos, luego el pelo y como no decía que no, le acaricié los hombros y su pelo, y otra vez le besé las manos, pero ahora ya no como consuelo, sino con deseo, un deseo que no sabía lo que deseaba, pero que de todas formas me había provocado un peso en la panza que no soportaba. Era yo bien inocente. Me aventó y se me quedó viendo como a punto de regañarme y antes de qeu dijera nada, la besé bruscamente en la mejilla, y como no me abofeteó (seguramente sin alcanzar a reponerse de la sorpresa) le besé la otra y ella me miraba cada vez más asombrada y a la vez divertida de mi osadía, ya borracho, la besé muy quedito en la boca. Yo creo que la besé muy mal, porque ella me sostuvo el rostro, me miró un instante y me dió un señor beso que me hizo perderme en el infierno, previa escala en el paraíso. Ya no sabía que hacer con el cuerpo. Le regresé el beso del mismo modo que ella me lo había dado, nadamás que con las manos temblorosas y el corazón ya sin freno y sentí que su pecho temblaba de nuevo, pero ya no lloraba.
No supe en que momento me aficioné a patear el balón ya solo, como a las 3 y media de la tarde, aunque hubiera un sol implacable o estuviera helando. Nada más para estar seguro de que Josefita no tuviera problemas para entrar. Su marido siempre llegaba en la noche y ni modo que se la pasara en chinga a la intemperie hasta que regresara. Hago un paréntesis para reflexionar sobre Ernesto, su marido. Pobre cabrón, siempre en chinga para qué, para que su vieja caliente le pintara la frente. Ojalá que no haya sido Ingeniero de servicio el pobre cabrón. Que bueno que nunca quise saber porque no podría dormir tranquilo ahora.
La cosa es que empezó a cambiarme la voz y mi sudor empezó a oler mal y cada vez estaba más ansioso de verla llegar sana y salva. Una vez traté de espiarla bañándose pero las pinches casas duplex de interés social no ayudan a tales fines. Varias veces lo intenté, colgando de la ventana, desde la casa de Juan, el chavo de enfrente, incluso llegué a intentar saltarme adentro y subir las escaleras hasta el baño, pero me faltó valor.
Empecé a bañarme (mi madre no lo podía creer: yo, puercoanimal por excelencia, bañándome al regresar de la escuela) y ponerme mis mejores ropajes deportivos, que consistía de una playerita sin mangas y un pans ya recortado marca PUMA regalado desde hacía mil años a mi hermano mayor por alguien que ya no lo quería por viejo. Todo esto para estar galán cuando ella llegara cada tarde, ensayaba lo que yo creía que serían las pláticas de adultos o chistes de color para ver si ella estaba en la onda.
Para mi desazón, cada vez eran menos las veces que olvidaba las llaves, creo que una temporada tuve que esperar 3 semanas para poder saltarme y abrir. Por ése entonces me entró un interés en la herbolaria de la abuela. Si se podía ayudar a la memoria, también se podría estorbar, ya pensaría cómo hacer para introducir el caballo de troya. Entonces sucedió lo inesperado: Una tarde me salté y noté que la noche anterior había lavado alguna ropa y mi atención quedó prendida de sus pantaletas, que colgadas, parecían llamarme como un extraño canto de sirenas. Claro que tomé unas normalitas, de algodón y me las llevé a la casa escondidas en los calzones como mi tesoro más preciado. Ella nunca dijo nada, aunque después me enteré de que se percató desde que entró a la casa, pero en ese entonces me miraba con un cierto aire de complicidad sin decir una palabra al respecto. A partir de ahí padeció un lapso de amnesia en el que se le olvidaban las llaves a cada rato. Yo era feliz. Mi felicidad llegó al paroxismo cuando una tarde me salté la barda (ya estaba lisa de tantas veces que me había brincado para ése entonces) y encontré un bultito de ropa sucia y entre todo unas panties. Esa fué la segunda que le volé. Nunca dijo nada.
La fuerza esta con los jedi.
Comenzé a usar shorts durante mis prácticas de futbol -nunca jugué un partido de verdad- para que ella se deleitara contemplando mis esculturales piernas (de alfeñique), e intentaba las más escalofriantes piruetas con el balón al ver su carro entrar al estacionamiento. Cierta tarde olvidó las llaves, pero me pidió el favor seriesísima, con hielo en la voz y en los ojos "Oye paco..." y yo me sentí desterrado del cielo, el frío me partió el corazón y me invadía todo el cuerpo, ví clarito como me precipitaba en un abismo obscuro, donde su risa y su cara no estaban más y de repente aparecía pero deformadas en muecas horribles. Me quedé sordo y ya no escuché nada, ni siquiera las demás palabras que dijo.
-Claro señora, ahí voy.
Me salté la barda sin sentir nada, hasta después me di cuenta de que casi me arranco un bistec de la pierna por bajarme del lado de los tendederos, que su marido ponía de alambre galvanizado. Eso era nada, yo iba preocupadísimo porque su sonrisa se había ido, cuando brinqué hacia el patio trasero me di cuenta de que mi vida se precipitaba a la misma velocidad. Casi me senté a llorar. Derrotado y triste, arrastré los pies y el alma hasta la puerta, vi que las llaves no estaban en la mesita y supe que se le quedaron en la oficina, la sangre me volvió al cuerpo. Quizá había tenido un mal día en el trabajo y nada más, quizá mañana todo seguiría igual. Reanimado me empecé a tomar el vaso de agua de rigor y alegremente me aventuré más allá de toda sospecha
-Cómo le fué hoy?
Ella tardó en reaccionar por la sorpresa, pues nunca habíamos cruzado la menor conversación, pero se repuso rápidamente y me balbuceó un "mas o menos" que no hizo sino darme el pretexto
-Mas menos que más o mas más que menos? que se le va a hacer, fué la única pendejada que se me ocurrió.
-La verdad es que mal, desde temprano, dijo sonriendo levemente. Entonces adiviné un problema con el marido y mi corazón saltó de un gozo sin fronteras: Tal vez querría ser mi novia! Se me debió escapar una sonrisa.
-De qué te ríes? Me preguntó un poco molesta, pero yo me rehice de inmediato y le platiqué el chiste de Robin-hood, que asola un camino desvalijando cuanto rico pasa hacia los carnavales del duque, detiene los carruajes o los caballos y exclama: "Alto ahí, soy Robin-Hood, amigo de los pobres y enemigo de los ricos, dame lo que tengas de valor" se lleva joyas y ropajes y dinero y desaparece. A media mañana ya tiene acumulada una pequeña fortuna, hasta que trata de asaltar a un campesino que le dice "Yo no tengo nada que darte, soy pobre" y entonces Robin (amigo de los pobres) le da el botín del día, el pobre campesino lo recibe asombrado y se aleja saltando y gritando "Soy rico, soy rico" y entonces Robin: "Alto ahí, soy Robin-hood..."
Una dicha inenarrable me levantó del suelo cuando la vi carcajearse con muchas ganas, no se si porque le hacía falta o porque el chiste estaba bueno, o le había dado risa como se lo había actuado, porque yo era un mozalbete perfectamente ridículo. La cosa es que acepté otro vaso aunque la panza se me inflaba tanto que casi ni me pude sentar. Me ofreció un taco -no te importa que sea de lo de ayer? -Claro que no, "veneno que me dieras me tragaba" pensé, me supo al más fino suadero de la ciudad y empezó a desahogarse de sus broncas conmigo aunque yo no entendía nada, asentía y sonreía o le daba la razón con la boca llena de comida "pues claro", "y usted no podía hacer otra cosa", "cualquiera en su lugar haría lo mismo". Me quedé mirándola embelesado en sus labios exquisitos, su nariz perfecta, sus ojos de laguna, hasta que de plano no escuchaba nada, estaba absorto mirándola sonreirme (o eso creía) y hablarme con un tono de complicidad que me encantaba. La gloria.
Repentinamente su cara ensombreció y yo regresé a la tierra "Rápido, un buen chiste!" pensé, pero antes de que pudiera decir algo, en sus ojos de laguna empezó a llover a cántaros y sus hombros se estremecieron mientras cubría su rostro; hasta hoy, pocas veces he sentido esa ternura y tanta compasión. Casi me pongo a llorar con ella, neta que la voz se me quebraba mientras le tomé le mano (aunque ahora pienso que se me quebraba a todas horas y además estaba bien nervioso) y le decía que no se preocupara, todo estaría bien muy pronto. Yo lo deseaba genuinamente, pues así podría sonreírme de nuevo y podría saltarme la barda y si tenía suerte, alguna mañana la podría ver recién salida de bañarse. Pero ella no dejaba de llorar y acercó su silla para recargarse en mi a llorar. Yo era el amo del universo.
Con su cabeza en mi hombro podría desafiar las iras de mis padres cuando les dijera que era novio de Josefina; como cuando de pequeño le pedí a mi jefa la licuadora porque me iba a casar con Maika, una mulata que vivía en la misma vecindad allá en la 5 de Mayo, que al verme siempre corría a cargarme y abrazarme y decir que éramos novios, siempre fuí fácil. Yo le acariciaba los cachetes lo más tiernamente que podía y le respiraba el aliento como zombie, envuelto en un embrujo de indios o terrible maldición de gitanos, mareado y como en un pasón de mota: con los sentidos bien alerta, pero a la vez como en un sueño; ahora, 17 años después, aún recuerdo su piel como de terciopelo, su aroma (Grey-Flanel, creo) y su pecho vibrando por los sollozos. No se de donde saqué valor (de la pistola, seguramente) y le besé primero una mano, luego las dos, luego el pelo y como no decía que no, le acaricié los hombros y su pelo, y otra vez le besé las manos, pero ahora ya no como consuelo, sino con deseo, un deseo que no sabía lo que deseaba, pero que de todas formas me había provocado un peso en la panza que no soportaba. Era yo bien inocente. Me aventó y se me quedó viendo como a punto de regañarme y antes de qeu dijera nada, la besé bruscamente en la mejilla, y como no me abofeteó (seguramente sin alcanzar a reponerse de la sorpresa) le besé la otra y ella me miraba cada vez más asombrada y a la vez divertida de mi osadía, ya borracho, la besé muy quedito en la boca. Yo creo que la besé muy mal, porque ella me sostuvo el rostro, me miró un instante y me dió un señor beso que me hizo perderme en el infierno, previa escala en el paraíso. Ya no sabía que hacer con el cuerpo. Le regresé el beso del mismo modo que ella me lo había dado, nadamás que con las manos temblorosas y el corazón ya sin freno y sentí que su pecho temblaba de nuevo, pero ya no lloraba.
8 comentarios
Jordan 11 -
Sí sí sí sí... pero no seas malo y que la espera no sea eterna... -
Paco -
Paula -
Ah... tengo que decir que... disfruté leyendo esta segunda parte muchísimo. Sigo pensando que me gustaría que fuera algo de más páginas, y no es justo por esta historia, supongo que además es tu forma de escribir... (vale, no voy a empezar como empecé la primera vez con eso de la niebla...) Salud...y Amor
Anónimo -
Mientras me des tu dirección, por mi encantado. Como te habrás dado cuenta, yo tampoco tengo muchos lectores (tu eres la única), de manera que yo corresponderé tu lectura con la mía. Espero
Paula -
Paco -
Paula -